Posdata al
“Diccionario Crítico de la Literatura Chilena”
Ediciones de la Gran Fraternidad de Escritores y
Artistas De la Costa.
2004
por Claudio Solar
Esta segunda edición obedece a la necesidad de entregar a los lectores de nuestra literatura una información que comprenda tanto los elementales datos biográficos, como también una relación de sus obras (bibliografía) y una valoración literaria hecha por la crítica en textos, diarios o revistas. Como profesor a cargo de Literatura Chilena en la Escuela de Periodismo de Valparaíso, sentí la necesidad de una obra de esta categoría como apoyo a los estudiosos de nuestras letras, y así nació la primera edición realizada en Revista “En Viaje”, en 1962, en 45 fascículos mensuales, por gentileza de su directora lamentablemente, la obra no se concretó en un volumen por lo que el diccionario quedó disperso y olvidado.
Diversos encuentros con escritores o profesores que recordaron haber coleccionado mi obra y me hicieron ver que les había sido útil en su tiempo, me movieron a revisarla y a intentar una nueva edición.
En la “historia” de nuestros diccionarios, uno de los más acertados fue el auspiciado por la Unión Panamericana, Washington D.C. en 1958. En el tomo dedicado a Chile, colaboraron Raúl Silva Castro, que era Jefe de la Selección Chilena de la Biblioteca Nacional; y el escritor Luis Merino Reyes. Contaba con una breve biografía del autor, datos bibliográficos y, referencias y- lo importante- con una justa valoración crítica de las principales obras. La selección fue bastante rigurosa, solo autores relevantes y avalados por su obra y trascendencia. Pese a que Nicanor Parra contaba con 44 años y los comienzos de su prestigio, no figura por el desconcertante futuro que veían en nuestro anti-poeta.
Otra acertada obra que vale la pena destacar, es el Diccionario Personal de loa Literatura Chilena, Valparaíso, 2003, a cargo del académico de la Universidad de Valparaíso el catedrático Eddie Morales Piña. Sigue en su estructura, los pasos de la edición Panamericana, pero abarca también algunos autores trascendentes de un segundo orden. Mi obra, más “personal” que la anterior”- es además, una autoedición con páginas limitadas por el financiamientos-comprende nuestros autores más representativos, un equipo de segundo orden y algunos representantes de un tercero- especialmente de la joven generación-. Sabemos que hay mil más nacidos de los años 60’ en adelante (Ver Diccionario de Efraín Szmulewicz, 3ra. Edición, 1997), cuya trascendencia aún no conocemos y esperamos sean incluidos y comentados en una obra más completa que la mía.
Mi labor ha sido tarea grata, nostálgica y a veces triste. Grata porque desfilaron, una vez más por mi escritorio, las obras y autores que conocí siendo alumno del I.( 1943-1948) ). Nuestros Profesores Mariano Latorre y Ricardo Latcham nos invitaban a conocer, personalmente, a los escritores nacionales, en un café o cervecería. En la tertulia de Librería Nascimento conocimos a Augusto D’Halmar, el “gordo” Luis Durand, Fernando Santiván. A Joaquín Edward Bello en el restaurante “La Bahía”, a Neruda, Tomas Lagos, Juvencio Valle, Andrés Sabella, en el bar “Black and White”. Al Café “El Negro Bueno” llegaban Nicomedes Guzmán, Julio Durán Cerda, Luis Sánchez Latorre, Francisco Coloane, Enrique Lafourcade (arribaba manejando una impresionante moto) o Mario Ferrero. En IL Bosco solíamos cenar con las poetisas chilenas de la “Generación del 50’”. Jorge Teillier fue mi alumno en Victoria; fui amigo de su padre.
Debí dejar la simpática vida bohemia para ganarme la vida en un pueblo del sur. Ejercí la crítica literaria en el diario “El Sur” de Temuco (1950-1954). Llegado a Valparaíso, seguí con la crítica en el diario “El Mercurio” (1956-1960) y luego, en “La Estrella” durante casi 30 años. Durante un tiempo publiqué los resúmenes de las más destacadas obras de nuestra literatura (“Las Cien Mejores Obras Chilenas“). La publicación se interrumpió ante las que3jas de los profesores porque algunos alumnos no leían las obras y copiaban mis resúmenes.
Durante cuarenta años las editoriales me enviaron sus libros regalándome una privilegiada biblioteca que hoy no tendría donde poner. Felizmente, mis amigos no me devolvieron muchas obras. Y es lástima, de preferencia se llevaron novelas que siguen siendo claves en la creación nacional. La falta de reediciones es otro pecado importante que, afortunadamente, algunas editoras comienzan a suplir.
Esto significa que, durante 40 años, la principal literatura de Chile pasó por mis manos. Fui Leyendo libros de amigos y de otros por conocer. Por eso, reescribir este libro ha sido emocionante ya que he vuelto a saludar, desde lejos – y a veces hacia el más allá- , a quienes conocí, viví con ellos o bebí largos vasos de mi vida. Triste, porque al revisar las fichas, vi que muchos autores se fueron quedando por el camino, dejaron de publicar, pese al número de sus obras no lograron trascender. También ha sido notable la ausencia de críticos como R. A. Latcham, Alone, Eleazar Huerta y otros. Faltan críticos estables-como en las boticas de turno- para coleccionar las valoraciones literarias. Valiosa me ha sido la mi colección de la Revista “ Ateneas” cuyos ejemplares antiguos y hasta la primera edición de Azul- me regalara mi amigo el poeta Zoilo Escobar. Por esa revista pasó lo principal de las letras del pasado, de los años 25 adelante. Ignacio Valente es uno de los pocos críticos que pueden ponerse en una foto junto a Alone. Hoy, valioso es el aporte del equipo de comentaristas de la “Revista de Letras de “El Mercurio”. Por eso, agradezco la herencia que significan los libros críticos desde Omar Emeth a Raúl Silva Castro, Francisco Santana, Vicente Mengod, Hernán Loyola , Cedomil Goic, Hugo Montes, Julio Orlandi, Mario Cánepa, Luis Merino Reyes, Enrique Lihn, Pedro Lastra, Alfonso Calderón y otros que formaron parte de mi biblioteca.
De este diccionario, por culpa de mi selección muy personal, se dirá que “no están todos los que son“. Mi esperanza es que, a los muchos autores de la generación del 1970 adelante -no incluidos- , la crítica los tome en cuenta valorizando sus obras y esos comentarios a nuestro alcance. A mis años, soy un hombre en despedida. No puedo decir que espero portarme mejor en una próxima edición.
Prefiero desearle suerte a un nuevo autor, ojalá con formación universitaria, para una correcta valoración de obras y autores de acuerdo a los nuevos métodos estilísticos y generacionales.
Nota: Por errata de la revista, firmaron la primera edición de mi Diccionario como “Del Solar”. Para no desconcertar al paciente lector he terminado adoptando el “Del Solar” como seudónimo.
Esta segunda edición obedece a la necesidad de entregar a los lectores de nuestra literatura una información que comprenda tanto los elementales datos biográficos, como también una relación de sus obras (bibliografía) y una valoración literaria hecha por la crítica en textos, diarios o revistas. Como profesor a cargo de Literatura Chilena en la Escuela de Periodismo de Valparaíso, sentí la necesidad de una obra de esta categoría como apoyo a los estudiosos de nuestras letras, y así nació la primera edición realizada en Revista “En Viaje”, en 1962, en 45 fascículos mensuales, por gentileza de su directora lamentablemente, la obra no se concretó en un volumen por lo que el diccionario quedó disperso y olvidado.
Diversos encuentros con escritores o profesores que recordaron haber coleccionado mi obra y me hicieron ver que les había sido útil en su tiempo, me movieron a revisarla y a intentar una nueva edición.
En la “historia” de nuestros diccionarios, uno de los más acertados fue el auspiciado por la Unión Panamericana, Washington D.C. en 1958. En el tomo dedicado a Chile, colaboraron Raúl Silva Castro, que era Jefe de la Selección Chilena de la Biblioteca Nacional; y el escritor Luis Merino Reyes. Contaba con una breve biografía del autor, datos bibliográficos y, referencias y- lo importante- con una justa valoración crítica de las principales obras. La selección fue bastante rigurosa, solo autores relevantes y avalados por su obra y trascendencia. Pese a que Nicanor Parra contaba con 44 años y los comienzos de su prestigio, no figura por el desconcertante futuro que veían en nuestro anti-poeta.
Otra acertada obra que vale la pena destacar, es el Diccionario Personal de loa Literatura Chilena, Valparaíso, 2003, a cargo del académico de la Universidad de Valparaíso el catedrático Eddie Morales Piña. Sigue en su estructura, los pasos de la edición Panamericana, pero abarca también algunos autores trascendentes de un segundo orden. Mi obra, más “personal” que la anterior”- es además, una autoedición con páginas limitadas por el financiamientos-comprende nuestros autores más representativos, un equipo de segundo orden y algunos representantes de un tercero- especialmente de la joven generación-. Sabemos que hay mil más nacidos de los años 60’ en adelante (Ver Diccionario de Efraín Szmulewicz, 3ra. Edición, 1997), cuya trascendencia aún no conocemos y esperamos sean incluidos y comentados en una obra más completa que la mía.
Mi labor ha sido tarea grata, nostálgica y a veces triste. Grata porque desfilaron, una vez más por mi escritorio, las obras y autores que conocí siendo alumno del I.( 1943-1948) ). Nuestros Profesores Mariano Latorre y Ricardo Latcham nos invitaban a conocer, personalmente, a los escritores nacionales, en un café o cervecería. En la tertulia de Librería Nascimento conocimos a Augusto D’Halmar, el “gordo” Luis Durand, Fernando Santiván. A Joaquín Edward Bello en el restaurante “La Bahía”, a Neruda, Tomas Lagos, Juvencio Valle, Andrés Sabella, en el bar “Black and White”. Al Café “El Negro Bueno” llegaban Nicomedes Guzmán, Julio Durán Cerda, Luis Sánchez Latorre, Francisco Coloane, Enrique Lafourcade (arribaba manejando una impresionante moto) o Mario Ferrero. En IL Bosco solíamos cenar con las poetisas chilenas de la “Generación del 50’”. Jorge Teillier fue mi alumno en Victoria; fui amigo de su padre.
Debí dejar la simpática vida bohemia para ganarme la vida en un pueblo del sur. Ejercí la crítica literaria en el diario “El Sur” de Temuco (1950-1954). Llegado a Valparaíso, seguí con la crítica en el diario “El Mercurio” (1956-1960) y luego, en “La Estrella” durante casi 30 años. Durante un tiempo publiqué los resúmenes de las más destacadas obras de nuestra literatura (“Las Cien Mejores Obras Chilenas“). La publicación se interrumpió ante las que3jas de los profesores porque algunos alumnos no leían las obras y copiaban mis resúmenes.
Durante cuarenta años las editoriales me enviaron sus libros regalándome una privilegiada biblioteca que hoy no tendría donde poner. Felizmente, mis amigos no me devolvieron muchas obras. Y es lástima, de preferencia se llevaron novelas que siguen siendo claves en la creación nacional. La falta de reediciones es otro pecado importante que, afortunadamente, algunas editoras comienzan a suplir.
Esto significa que, durante 40 años, la principal literatura de Chile pasó por mis manos. Fui Leyendo libros de amigos y de otros por conocer. Por eso, reescribir este libro ha sido emocionante ya que he vuelto a saludar, desde lejos – y a veces hacia el más allá- , a quienes conocí, viví con ellos o bebí largos vasos de mi vida. Triste, porque al revisar las fichas, vi que muchos autores se fueron quedando por el camino, dejaron de publicar, pese al número de sus obras no lograron trascender. También ha sido notable la ausencia de críticos como R. A. Latcham, Alone, Eleazar Huerta y otros. Faltan críticos estables-como en las boticas de turno- para coleccionar las valoraciones literarias. Valiosa me ha sido la mi colección de la Revista “ Ateneas” cuyos ejemplares antiguos y hasta la primera edición de Azul- me regalara mi amigo el poeta Zoilo Escobar. Por esa revista pasó lo principal de las letras del pasado, de los años 25 adelante. Ignacio Valente es uno de los pocos críticos que pueden ponerse en una foto junto a Alone. Hoy, valioso es el aporte del equipo de comentaristas de la “Revista de Letras de “El Mercurio”. Por eso, agradezco la herencia que significan los libros críticos desde Omar Emeth a Raúl Silva Castro, Francisco Santana, Vicente Mengod, Hernán Loyola , Cedomil Goic, Hugo Montes, Julio Orlandi, Mario Cánepa, Luis Merino Reyes, Enrique Lihn, Pedro Lastra, Alfonso Calderón y otros que formaron parte de mi biblioteca.
De este diccionario, por culpa de mi selección muy personal, se dirá que “no están todos los que son“. Mi esperanza es que, a los muchos autores de la generación del 1970 adelante -no incluidos- , la crítica los tome en cuenta valorizando sus obras y esos comentarios a nuestro alcance. A mis años, soy un hombre en despedida. No puedo decir que espero portarme mejor en una próxima edición.
Prefiero desearle suerte a un nuevo autor, ojalá con formación universitaria, para una correcta valoración de obras y autores de acuerdo a los nuevos métodos estilísticos y generacionales.
Nota: Por errata de la revista, firmaron la primera edición de mi Diccionario como “Del Solar”. Para no desconcertar al paciente lector he terminado adoptando el “Del Solar” como seudónimo.
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