Claudio Solar es poeta, novelista, crítico literario, periodista, académico universitario. Debo confesar que con Claudio Solar o Del Solar –como se firma ahora- me ha ligado una suerte de amistad que se inició hace algunos –por no decir, unos cuantos-, siendo yo un estudiante de enseñanza media del liceo de Casablanca interesado por la asignatura de Castellano, y especialmente por la literatura. En aquellos años, el profesor Claudio Solar fue a esa ciudad a dictar un curso sobre Oratoria y me correspondió asistir como alumno. Ese fue mi primer encuentro con Claudio de quien tenía referencias como crítico, por cuanto leía sus comentarios en los diarios regionales y también por la edición de un Diccionario de Autores de la Literatura Chilena, que se publicaba en la desaparecida revista “En Viaje”, editada por la Empresa de Ferrocarriles del Estado, y que regularmente se compraba en mi hogar.
Mis inquietudes literarias me llevaron más adelante a comenzar a enviar a los mismos diarios en que se desempeñaba Claudio como periodista, pequeñas colaboraciones que fueron publicadas en las páginas dedicadas al lector y en las que, tal vez, estuvo detrás nuestro escritor, por cuanto siempre hubo una palabra de aliento o consejos para la labor literaria en la que me estaba iniciando. Más tarde, entré a estudiar Pedagogía en Castellano en la Sede de Valparaíso de la Universidad de Chile y es allí, en lo que es hoy la Universidad de Playa Ancha, donde he desarrollado mi actividad académica hasta hoy. Después de este preámbulo necesario, quisiera referirme a la personalidad de Claudio Solar en el contexto de la literatura chilena, pues su presencia trasciende lo meramente regional. Como todos sabemos, es poeta, novelista, dramaturgo, crítico y periodista (además, de ser un sobresaliente pintor). Catedrático universitario, nació en Concepción en 1926 y fue director de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile en Valparaíso. El profesor Hugo Rolando Cortés escribe a propósito de El viaje de la luna pintada (1994), que Solar tiene una imaginación frondosa, eufórica, eutrapélica, personaje de vida múltiple, que luego entra a detallar: “profesor, periodista, cronista de la vida diaria, recitador, charlista, orador de paraninfos, recetario de pasiones inconfesables, astrólogo, vidente, poeta, cuentista, novelador sin abulias adquiridas, en fin, piedra sin reposo, en perpetuo movimiento”. Por su parte, Luis Fuentealba Lagos en su obra citada, describía al autor como “un hombre de grandes inquietudes espirituales, infatigable trabajador intelectual, despliega una actividad sin reposo. Dicta charlas y conferencias. Escribe en revistas universitarias. Participa en recitales poéticos, en foros acerca de asuntos de inquietante actualidad, donde con brillante estilo, con profundidad y seriedad hace valer sus juicios siempre novedosos e interesantes”. Dentro de sus inquietudes, están también las de orden gremial, por cuanto fue junto a las poetas Sara Vial y Amanda Cevallos, uno de los primeros fundadores de la Sociedad de Escritores de Valparaíso, de la cual fue, además, su primer presidente. Las palabras del poeta Fuentealba Lagos ciertamente que no han perdido validez, pues Claudio Solar sigue siendo el trabajador intelectual incansable tal como lo demuestra su reciente Diccionario Crítico de la Literatura Chilena. Es Premio Regional de Periodismo “Daniel de la Vega” en 1983 y Premio Regional de Literatura “Joaquín Edwards Bello” en 1984.
La obra recién citada viene a coronar una fructífera labor literaria de Claudio Solar que iniciara en 1946 con La ciudad detenida en el tiempo, continuando con otros poemarios, obras dramáticas y narrativas, como Los hombres pasan como las nubes, Canción para todos los hombres, El libro de Ximena, Se ha perdido una novia, Los cardenales no mueren jamás, entre otros, que lo han posicionado como un autor imprescindible a la hora de hacer una recensión histórica de la literatura chilena, y especialmente de la escrita en Valparaíso. En su condición de profesor de literatura chilena, la labor de Claudio Solar como crítico literario en revistas universitarias y en diversos periódicos es también significativa. Su recordada sección en el diario La Estrella de Valparaíso, titulada “El barómetro de libros” -y que yo leía con avidez cada semana, al igual que escuchaba sus comentarios radiados por la emisora Valentín Letelier, con una obertura musical (si mal no recuerdo era parte del allegro de “Las cuatro estaciones” de Vivaldi) que cuando la escucho, me retrotrae en el tiempo-, le permitieron marcar un estilo crítico que hasta el día de hoy evocamos cuando observamos su caricatura con que se identificaba su barómetro de libros, ahora en otra sección de ese mismo diario firmada con un seudónimo astrológico que casi ha velado su nombre propio, y que me he propuesto recuperar a través de estas palabras.
Es mérito de Claudio Solar haber escrito uno de los primeros estudios acerca de la denominada generación del 50, señalando la importancia que revestía en el devenir de la literatura chilena del siglo XX, la presencia de una generación de escritores y escritoras jóvenes que irrumpían en el espectro de la narrativa nacional a principios del siglo pasado para renovar las estructuras, técnicas, motivos y personajes de una novela que hasta ese momento estaba sumida en un nuevo realismo de corte social. El profesor Solar supo valorar, precisamente, los aspectos señalados, insertando la novelística del cincuenta dentro de los parámetros del existencialismo, puesto que afirmaba que los escritores emergentes “reconocieron que su formación estaba contaminada con lo existencial. El objeto de este ensayo es comprobar hasta qué punto esta generación está influida por el existencialismo”. El documentado ensayo se titulaba “El existencialismo en la generación del 50”. En él se refiere después de contextualizar la situación histórica de la narrativa chilena, a algunas de las novelas más significativas de escritores como José Donoso y Coronación, José Miguel Vergara y Daniel y los leones dorados, Enrique Lafourcade y Para subir al cielo e Islas en la ciudad de María Elena Gertner. Otro ensayo interesante de recordar es el que lleva por título “Valparaíso en la literatura”, y su novedoso “Las siete lenguas del vino”; importante trabajo de carácter dialectológico en que recoge los diversos modos con que en el español de Chile se designan distintas situaciones referidas a lo vitivinícola.
Cabe señalar también que en su labor como ensayista destacado, Solar inauguró en el diario La Estrella la publicación por fascículos de temas culturales y de formación educacional para los lectores del vespertino a través de su interesante obra “Los siete países de Chile”. La presentación en fascículo de un recorrido histórico-cultural por el país desde el norte hasta el extremo sur, mediante una documentada y atrayente serie, transformó ese texto en una obra de colección. En las misma perspectiva de los fascículos, Claudio Solar publicó tiempo después un diccionario de voces americanas.
La actividad ensayística de Solar se ha prolongado en el tiempo como lo decíamos más arriba, por cuanto en el año 2001 publicó Historia de la literatura de Valparaíso. La obra es una muestra significativa de la infatigable actividad intelectual del autor, quien sostiene que “el verdadero patrimonio cultural de una ciudad no son sus edificios ni rincones (...) sino en quienes la habitaron y le dieron su espíritu, haciéndola valiosa. Es el caso de Valparaíso, su patrimonio cultural son sus escritores y las obras que hicieron en ella y sobre ella”. Se trata de una obra interesante al momento de saber acerca de la ciudad y de sus autores.
Por otra parte, la actividad poético-lírica de Claudio Solar también ha sido sobresaliente. En el libro del poeta Fuentealba Lagos que tenemos a la vista, se incluye “Balada para la Gran Ciudad”, un poema inédito hasta ese momento que focaliza el referente de la enunciación poética en Valparaíso como locus metafórico de la realidad del hombre contemporáneo. Formalmente, el poema está dividido en once estructuras versales de un desigual número de versos que, a su vez, van tematizando diversos aspectos del modus vivendi de la ciudad en los que habita un hombre acosado por la soledad, el olvido, la incomunicación y la tristeza, pero que también sabe del amor. Valparaíso como topoi recurrente en la lírica y en la narrativa chilena encuentra en los versos de Solar algunos de sus momentos más significativos. Esta obra poética fue publicada más tarde en 1987 por el Correo de la Poesía de Valparaíso.
Como su título lo indica, el autor se apropia de una de las formas más primigenias de la poesía, es decir, del concepto de balada que, retóricamente, nos formaliza la composición poética de corte sentimental que usaron los trovadores medievales unidos a la música instrumental para cantar a sus amadas. En Solar, la balada adopta la estructura de un desplazamiento de un sujeto que es, a la vez, sujeto de la enunciación poética y sujeto paciente del enunciado; sujeto poético que deambula por la ciudad que es calificada como “la gran ciudad”. En otras palabras, la balada es para una ciudad que no es otra que Valparaíso, sustantivo propio que, paradójicamente, no es mencionado en ninguno de los versos, sino sólo entre paréntesis después del título. Sin embargo, la omnipresencia de Valparaíso se hace evidente, o nos es revelado, mediante los diversos procedimientos estilísticos, metafóricos y toponímicos con que el poeta nos descubre la ciudad.
La obra Diccionario Crítico de la Literatura Chilena, en cierto modo, viene a coronar la fructífera obra literaria de Claudio Solar. La escritura de un diccionario no le es ajena a nuestro autor como lo hemos indicado. Los diccionarios son una clase textual bien determinada que tiene sus propios códigos retóricos, que consisten en el ordenamiento comúnmente alfabético de las palabras de un idioma y su correspondiente explicación, o también las palabras de una ciencia, facultad o materia determinada. En cierto modo, la clase textual diccionario vino a responder históricamente a los requerimientos de una concepción de la cultura de carácter ilustrada, al igual que las enciclopedias. El Diccionario Crítico de la Literatura Chilena tiene sus orígenes en el Diccionario de la Literatura Chilena, publicado en 48 fascículos en 1962 por la Revista “En Viaje”, como lo he consignado más arriba. En la posdata con que se abre el texto, su autor se refiere precisamente a la génesis de la obra, señalando que esta “no se concretó en un volumen por lo que el diccionario quedó disperso y olvidado”. Por lo tanto, esta obra puede ser considerada legítimamente como la heredera de aquélla. En el lapso transcurrido, como es obvio, la cantidad de autores y autoras se han incrementado, pero se conserva en sus rasgos principales la impronta que ya tenía la edición en fascículos de los sesenta del siglo pasado, esto es, que en el Diccionario del 2004 se entrega a los lectores una información que comprende tanto los elementales datos biográficos de los autores y autoras, como la relación de las obras y una valoración literaria hecha por la crítica en diarios, revistas y libros.
Al término de la postdata, Claudio se refiere al porqué aparece como autor del libro “Claudio del Solar”. “Por errata de la revista –escribe recordando a “En Viaje”-, firmaron la primera edición como “Del Solar”. Para no desconcertar al paciente lector he terminado adoptando el “Del Solar” como seudónimo”. Por otra parte, en una carta dirigida a mi persona, agrega que “también es, desde hace tiempo, el seudónimo con el que firmo mis cuadros. Un marchante me dijo que, como pintor, este apellido sonaba mejor y ha conocido...” En la carta, el autor me señalaba que “lo he publicado como una especie de necesaria herencia y el agrado de dar a conocer mis impresiones sobre una literatura que, materialmente, pasó por mis manos durante cuarenta años de ejercer la crítica literaria en los diarios”. Efectivamente, dicho y escrito de manera literal, durante cuatro décadas la literatura chilena fue vista, analizada y valorada por la perspectiva crítica de Claudio Solar; todo esto le da, como es de suponer, una especie de agregado a su diccionario, por cuanto muchos de los autores citados los conoció efectivamente y creó lazos de amistad con ellos. En la carta de la cual estoy espigando algunos trozos, me decía refiriéndose a nuestro diccionario que “es más personal que la de ustedes, por lo reducida (sólo un tomo) y porque es un emocionado recuerdo de tantos autores que conocí personalmente y que fueron mis amigos. En varias de las notas no he podido reprimir la observación, “fue amigo mío”, “mi alumno” (evocando a Jorge Teillier) o “mi compadre” (en el caso de Nicomedes Guzmán)”.
Precisamente, lo anterior es un mérito del texto de Claudio, ya que le da la impronta de cercanía al lector, en una forma de confidencia que su autor nos hace. Como dije más arriba, las entradas se han configurado de acuerdo al criterio de la información, la difusión y la valoración crítica de los autores y las autoras que van conformando el corpus total del libro que, temporalmente, va desde Alonso de Ercilla hasta Raúl Zurita; en la obra están no sólo los poetas, dramaturgos y narradores, sino también los críticos literarios y académicos/as de literatura chilena. Es decir, el diccionario en comento no hace distinción entre épocas literarias, sino que hace el catastro general de la escritura chilena en su decurso temporal, codificándola de acuerdo a los parámetros señalados (rasgos biográficos, obras relevantes, juicios críticos). Por otro lado, el Diccionario Crítico se plasma como un metadiscurso que tiene como referente las letras chilenas y cuya finalidad es contribuir al registro de la memoria histórica de los autores/autoras en él consignados. La incorporación al texto de los escritores/as chilenos le da a estos el carácter de estar ingresados a un canon discursivo. En otras palabras, un diccionario es la canonización de quienes aparecen en él; de allí que, normalmente, despierta las sospechas, recelos y envidias de quienes no aparecen o han sido marginados, omitidos sin querer, o ex profeso, por el autor del diccionario, convertido entonces en canonista literario. De esto se desprende, por tanto, que cumplir el ejercicio escritural de armar un diccionario de esta naturaleza es a veces una tarea ingrata e incomprendida, por cuanto nos siempre se entiende que esta clase textual está siempre ante una cuestión irresoluble: el diccionario tiene un límite en cuanto a su extensión. Sin embargo, en una bondad proverbial, Claudio Solar ha procurado que su registro sea lo más exhaustivo posible, a pesar de que escribe “mi esperanza es que a los muchos autores de las generaciones de 1970 en adelante –no incluidos-, la crítica los tome en cuenta valorizando sus obras y poniendo esos comentarios a nuestro alcance”.
El diccionario de Claudio Solar, además, cumple con otro de los requerimientos de la clase textual en tanto que la virtud del diccionario, de todo diccionario, es la estar concebido necesariamente como un texto de consulta y difusión para todo lector/a curioso o inquieto por conocer la importancia de los escritores consignados. De tal suerte que, este diccionario, al igual que otros en circulación, recupera la noción iluminista que como formato escritural tiene desde sus orígenes. Esta obra cumple con los objetivos que se propuso su autor y será, sin duda, fuente de consulta necesaria. Estimo, sin embargo, que su mérito mayor está en, a su vez, en otro rescate. El diccionario recupera y complementa lo que había quedado detenido en tiempo, como aquellos trenes que están parados sobre rieles que ya no conducen a ningún lugar. El diccionario de Claudio Solar ahora comienza a transitar (en viaje) nuevamente por los diversos derroteros de la cultura letrada.
Extracto de "Breve evocación de Cuatro Escritores de Valparaíso", Manuel Peña Muñoz.